Cherchez la mère.

Alterando la expresión machirula de origen francés, detrás de cualquier joven deportista, cherchez la mère (“busquen a la madre”), porque el caso es que siempre están ellas, siempre están ahí.

El deporte y la competitividad llevan tras de si una larga historia masculina. No podía ser de otra manera en una sociedad patriarcal que ha vivido de espaldas a las posibilidades físicas de las mujeres, bien probadas en lo cotidiano, nuevas en el medallero y recién desembarcadas en el management deportivo.

Si a eso le añadimos que las “madres primates” se caracterizan por un cuidado especial de las crías, nos encontramos con que en el deporte actual, muy sofisticado en equipamientos, las madres de los deportistas jóvenes son más importantes que el entrenador, excesivamente masculino, decimonónico como tantos padres varones, poco atento a la dimensión cada vez más social y más humana que va cobrando el deporte. Y los de equipo, más.

En las Federaciones, como en los Consejos de Administración, la competencia del varón sigue campando a sus anchas y las mujeres siguen sin menudear. Pero entre “los de abajo”, es decir, entre los deportistas más nuevos, la esponsorización es esencialmente matriarcal. Porque el varón continúa más a lo de cobrar las piezas que a prepararlas, y por eso retrocede en un mundo donde cada vez pesa más la cesta materna. En los maleteros de los coches, al volante, en salida o en meta, así como en la revisión antiterrorista de mochilas, la intuición y cooperación de las mujeres-madres resultan imprescindibles; y con la excepción de algún hombre franco, son cualidades que no vienen de serie con el varón.

Sigan a la madre.