La bolera nueva.

Hay un chigre a poniente en el concejo de Parres donde se come bien y se está mejor. Tiene media docena de mesas y una cocina sin trampa ni cartón, sencilla, bien sabida, armada con los cuatro palos que tiene la brisca de aldea: adobu, torta, morcilla y carne, con algunos platos de encargo que tienen su ocasión.

Los precios están pensados a favor del pueblo, porque lo disfruta y porque lo merece, poniendo al alcance de los vecinos -ésa su generosidad- lo que ya no se fruye en ninguna casa de comidas.

El turismo, la herba del sector, acapara le dedicación de los restauradores, y sólo en alguna taberna protegida del aluvión, hay tiempo para atender a los de casa, que no piden mucho pero piden bien.

La sidra fresca bebida al sol, sobre los valles abiertos de Parres, se deja beber con mansedumbre. Era siete de mayo y en casi todas las mesas, las mujeres. Madres nuevas y matriarcas celebraban un día en el calendario, como si eso se pudiese compensar.

Así que en Arenes y su chigre, por lo menos el domingo, se pudo corroborar que las realidades de más valor, como las madres, son sencillas y naturales: un bar a contrameca y turismo, gentilmente atendido, donde se reconocen por cercanía artes y comensales, es hoy toda una excepción. Como su mercancía.