Quizá el invierno

Andan las cocinas remoloneando, aguantando el momento de encender. Cuando empiecen de a hecho los hogares a hendir con humo el aire frío, se habrá acabado la estación buena. Entretanto, los tractores echan abajo la madera que se ha de tronzar, ahora que ya rosa, y octubre se vuelve un poco más fresco en los extremos, aunque los medios días sigan pasando por verano.

Coinciden todos los paisanos en la idea de que el tiempo está cambiado y comienza a tenerse más miedo a la falta de invierno que a su rigor. El cambio del clima ya está en el sentir de todos y si echamos la vista atrás, hace años que se borran las estaciones, con varios eneros templados y ventiscas ocasionales, pero sin nevadas al sen.

En Castilla, la abundancia de grados y roedores han anestesiado el ciclo migratorio y las cigüeñas, si no más especies, permanecen todo el año sobre los campanarios. La lluvia también ralea y el calzado de entretiempo sirve para cualquier mes, mientras entramos sin percatarnos en un tiempo de desdibujo, con las estaciones convertidas en tarea de libreta escolar, sin trasunto real, sin comprobarse. Ya no cuelgan paraguas de ningún paisano y los escarpinos se ponen sólo en pies deportivos.

Pero como los verbos del clima no tienen sujeto (cuando nieva o llueve nadie dice quién), conviene respaldarse en la rutina de los días antiguos, apañando castañes, haciendo leña, volviendo en dulce las manzanas que se agolpan en los estregales, no sea que dé en llegar esta vez quizá el invierno.