Imagen: Maia Rozada

San Balandrán

Gonzalo Barrena

Antes de que la SEAT repartiera vehículos asgaya entre el proletariado cantábrico, a las playas de Avilés y comarca se iba en autobús o en tren, generalmente. A la de San Balandrán se llegaba en barca.

Atraídas por la brisa y el viaje, las familias se agolpaban en el muelle huyendo en domingo del calor, rumbo a aquella playa de médanos inciertos, entre Nieva y Zeluán. Las lanchas zarpaban atestadas y surcaban la ría de atrás adelante en riesgo franco de zozobra. Una clamorosa inocencia aliviaba la consciencia de los pasajeros, pues entonces casi todo era un desafío inadvertido.

El pasaje embarcaba a ro-ro y sin chaleco porque se presumía una travesía interesante, esquivando cargueros titánicos que enviaban andanadas de mar con gas-oil a los costados de las lanchas. Todo el derredor podría haber servido para rodar El Libro de Eli (2010), pero la bonanza soplaba de popa entre los nuevos avilesinos. Nadie temía nada y los ahogamientos eran un índice más en la paleta de siniestros, que se atribuían a la fatalidad y no al desgobierno que cundía en la ría durante la segunda mitad del sigo XX. 

La playa de San Balandrán, una pequeña ensenada que se abre cerca de la bocana, iba para Club de Mar, pero su vocación se frustró y el viaje a la “playa de Avilés” pronto perdió predicamento, convertida su capa de arena en piel de leopardo: “Ten cuidado, no pises el galipote, que es muy difícil de quitar…¡ay, la toalla!”. Ni el santo con nombre de navegar pudo retener a los bañistas, ni tampoco la arena, que la resaca artificial sustraía con el paso de los paquebotes. La entropía imperaba en el estuario.

Hoy, la rucha des-industrial va devolviendo poco a poco espacios y oportunidades que la marea siderúrgica secuestró durante décadas, como el pequeño embarcadero de San Balandrán. No obstante, al otro lado de la ría sigue imperando la incuria territorial, y la tardanza en la recuperación de un paisaje herido lleva a sospechar que sus leves aldeas y caseríos son en realidad hijos de algún dios menor.

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Diario La Nueva España, 21 de julio, 2025.