Escaleras de la iglesia de San Francisco, Avilés. Imagen: Maia Rozada.

Luz de Avilés

Gonzalo Barrena.

El arte de la fotografía al natural consiste en esperar a que la luz, a medias con el aire, modele el perfil de las cosas o el de las siluetas animadas que van pasando. Como todas ellas son particulares, las imágenes siempre lo son de un sitio: la geografía nunca repite el suelo aunque el cielo sea compartido. La luz de Oviedo o la de Luanco son diferentes, aunque no necesariamente mejores que la de Avilés.

Desde aquella primera fotografía tomada por Joseph Niépce desde su ventana, hace doscientos años, la técnica en la obtención de imágenes ha estallado en mil pedazos digitales y un número, también salvaje, de filtros y aplicaciones. Hoy, casi todo ocurre dentro de un ordenador y el oficio ha perdido la relación genuina con las cosas. Aquella química -alquimia deberíamos decir- solo sobrevive entre aficionados radicales, como entre los amantes de los discos de vinilo o los del aeromodelismo. Sin embargo, entre fotógrafos, hubo un tiempo en que predominaban los cazadores puros. Arrancaba el Novecento con una pléyade de profesionales dedicados a estampar en plata lo que tenían en la retina.

En el Avilés de 1900, un fotógrafo que pudo ser Ramón García Duarte o Gustavo Bellmunt, o cualquier otro de aquellos perseguidores de la luz, aguardaba cada mañana al sacerdote que remontaba los escalones de San Francisco. Las escaleras guardan una relación especial con el tiempo, como el segundero de los relojes. Aquel fotógrafo quería que el día se pudiera sintetizar en un momento de sotana y ascenso donde los grises -ay, Avilés- pudieran bastar para representar la idea. En Smoke (1995, de Wayne Wang), un dependiente de Brooklyn toma una imagen cada día, a las 8, desde la puerta de su estanco. El fotógrafo avilesino, en cambio, aguardaba el paso del cura cada mañana del año hasta que la luz certificase el concepto que deseaba transmitir. O postal.

Nunca se podrá obtener de las máquinas una imagen que supere la instantánea que el cerebro fabrica con la realidad. Como aquella buscada genuflexión del cura sobre las losas acendradas de Galiana, desde la ventana concreta del obturador.

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Publicado en el diario La Nueva España el 4 de agosto de 2025