Diego Herguera, de Sultana films e Inés G. Aparicio el día del estreno en la Seminci. Valladolid, 30 de junio de 2025.
Gonzalo Barrena. El Fielato, 5 de noviembre, 2025.
Un, dos, tres… ahora va bien
Estreno de «La diva, mi abuela y yo», de Inés G. Aparicio en la 70 edición de la Seminci.
El cortometraje de Inés G. Aparicio (Oviedo, 1990) cruzó las pantallas en la Seminci de Valladolid como una exhalación. Volando, como la vida, y dejando esa misma sensación de que no hay tiempo a vivir el presente, que se derrama sin permitir nunca asirlo del todo y que sería necesario repetirlo tres veces al menos para darse cuenta de algo.
Hace cuatro años y una pandemia que la joven directora remonta el río de la memoria para volcar en diez minutos de vértigo cuatro ideas sustanciales: que la belleza es como Ítaca y está en el camino, que las estaciones suelen tener nombre de mujer, que “cuidar” es el verbo más antiguo de la humanidad y que la libertad es el oxígeno.
La visión del cortometraje no es como las aguas bravas, porque también son dulces, pero la torrentera de imágenes desborda la percepción. Hay varias pistas que operan a la vez, transitando desde la memoria familiar -la voz cálida de la abuela Esperanza- a la colectiva -el cuplé de Lilián- en una chalana musical con dos remeros netos: el músico de revista Álvaro Retana y el artista total Rodrigo Cuevas, dos hombres que nacen separados por cien años y que nunca quedarán varados en el andén de los simios.

Pero vamos al grano del celuloide: el documento ha atravesado el viento complejo de la cinematografía para posarse en Valladolid coincidiendo con un número redondo, la 70 Edición de su festival. La produccion de Sultana Films es impecable, como el color y vida que cobran las imágenes alumbradas en Laboral Centro de Arte, la casa-cuna que impulsa la creación asturiana. Tres ayuntamientos del Oriente -Cangas, Parres y Piloña- han ayudado en el parto, pues tener fíos y hacer cine ye muy guapu, pero lleva tiempo y llabor. Si te lo facilitan, bien. Si no, estás como en Gaza o en el Sáhara, dos galaxias espirales que guían por otra parte la caravana de causas en la que viaja Inés.
En ese desierto global que nos asuela soplan vientos cruzados y algunos, de componente trump, obligan a la navegación de ceñida. “La diva, la abuela e Inés” son tres elementos cruciales en la bolina, porque hace milenios que los sabios aconsejan decisión en partos y trances. Como las letras arriesgadas de Álvaro Retama, que brillaron en el deshilache de la no-nación llamada España, o los desafíos de Rodrigo, experto en desnudar dragones con música y lencería, armas tan incruentas hoy como providenciales.
Si pudiéramos sustituir el oro y las armas, olifantes en la mentira actual de los mercados, por el arte y color con que Inés teje su toquilla maravillosa, tú, yo y el resto de beduinos que negamos las hazañas bélicas, podríamos disfrutar un té cargado de futuro. Un poco lo que hubo de hacer Lilián de Celis (Fíos, Asturias,1935) junto a todas las abuelas con su infancia batida a punto de posguerra. La actriz y cantante parraguesa encaró su debut al modo de Inés, abriendo el baúl de la memoria musical y estrenando en 1958 “Aquellos tiempos del cuplé” (vetado por Franco), donde un militar, un noble y un político no consiguen enredar a la cantante.
El corto de Inés, que se verá pronto en las salas del Oriente asturiano, se emancipa también con frescura de compañeros cargantes y conduce, junto a los hombres que aman a las mujeres, a la primavera visual de su género.


