En la cola

En la cola de la carnicería, las mujeres.

Porque es verdad que los hipermercados desdibujan ese foro femenino que se constituye en la espera, quién es la última, y en el que las más jóvenes van recibiendo instrucción de las veteranas, ay dios, los hombres, y se forman una idea sobre el género que trasciende la información más o menos tóxica de las madres, porque en esas colas aparecen pistas sobre otras formas de mujer, ilustrando la universal perspectiva que tiene quien se referencia en más de un libro, y no sólo en la biblia de las hembras de casa, que cuando hay varias hermanas con madre y abuela en pleno, entonces estamos hablando de un bastión prerromano, inasequible a cualquier otra lógica que no sea la matriarcal, a no ser que uno cobre incursivamente las maneras mentales del tercer sexo.

Así que resultan temibles para los restos del reino masculino esas conversaciones en el que se asoleyan las manías del marido, que en eso consisten los machos, en nacer y hacer de caprichosos entre los repetidos ayuntamientos. Defendiéndose ellas, como digo, con el mismo arte que la carnicera emplea en la disección de las piezas, al desmenuzar los quereres de cada casa pero en forma de tour, para la excursión que las otras, mientras esperan, realizan imaginariamente en ese autobús conversacional en el que escapan de los malhumores, requisitos, imposiciones y demás formas postsexuales del ser masculino. Generalizando, claro está, que también hay y habrá hombres dulces, hacedores de guisos y dignos compañeros. Hombres principalmente venideros.